1 de agosto de 2017

PERDONES




Por razones familiares emprendí un largo periplo, y aproveché para tomar vacaciones. En este tiempo, atendí vía Skype a pocos pacientes cuando su situación rayaba en la emergencia.
Walter me escribió. Tengo sólo una pregunta, tan sólo una, aseguró. Tuvimos una sesión prolongada pero la pregunta quedó sin responder.

Miriam, la pareja de Walter, de un día a otro lo abandonó; se había enzarzado desde hacía un par de meses con un compañero del trabajo y con él se fue a vivir a Valparaíso. Demasiado pronto se embaraza y demasiado pronto se separa de mala forma. Ya no quiso regresar a su país. Walter, en tanto, trató de convivir con su desilusión, tomó de más, buscó cobijo sin lograrlo.
En Junio, tras seis años de ausencia, Miriam arribó con su hijito de visita. Localizó a Walter, le porfió y machacó hasta que él aceptó un encuentro.
En el pomposo retumbante lobby de un hotel se citaron. Walter llegó tarde pues a punto estuvo de desistir. Ella se impuso un plazo de espera después del cual se iría sin vueltas.
Sin embargo se encontraron. Se miraron. Se dejaron mirar. Se reconocieron. Se olvidaron del discurso planeado. Se lanzaron a contar y a escucharse contar lo que se juraron callar. Se alteraron y desafiaron y enfurecieron. Se revelaron el miedo y tanto anhelo craquelado. Se compadecieron de sí y del otro. Se miraron. Se dejaron mirar. Se tomaron de la mano. Se abrazaron.

¿Se puede perdonar el engaño?
Cuando Walter me contactó únicamente traía esa pregunta. Tuvimos una sesión prolongada pero la pregunta quedó sin responder.




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