26 de julio de 2015

CARTAS, CARTAS










Las cartas las heredó de la abuela paterna, y recién ahora las examina.
Allí están las del hijo que vive lejos y construye una familia. Cartas breves, líricas, encrespadas algunas. La que conmovió duramente a Mimi es aquella en que el padre insinúa su desilusión porque tras una hija (hermana mayor de Mimi) hubiese nacido otra niña. La idea de que aquél deseó que ella fuese un varón le produjo tal desasosiego, que Mimi me telefonea casi a medianoche pidiendo una sesión de urgencia.

Llegó blandiendo las cartas.
- Mi abuela por algo las guardó–bramaba Mimi- y por algo yo terminé eligiendo llevarme eso, justo eso de su casa… Ya sé, usted va a decir que es demasiada psicología. Lo cierto es que quizá me he pasado demostrando que merecía el cariño, el cuidado, la atención de papá; luchando para que me tomara en cuenta aunque, claro, era imposible siendo yo simplemente una mujer…
A mi pedido, al fin leyó la carta. No hice ningún comentario sobre la misma, solo propuse que señalara en qué aspectos de su vida consideraba que se hacía palpable ese deseo paterno.
-Bueno, no sé, supongo en que acepté un trabajo que me obliga a viajar mucho; reconozco que tengo cierta vocación por el peligro; y en el placer, el gran placer de la soledad. Puede ser también el tiempo que me negué a armar una pareja formal, mi miedo a la maternidad…
-¿Y le gusta ser así?
Mimi calló. Prometió pensarlo.
A la sesión siguiente comparece un poco tarde, como suele. 
No paró de hablar: sí, le gusta ser como es. Sí, le gusta haber logrado ser distinta a su madre. Sí, le gusta tener más opciones que su hermana. Sí, le gusta andar más libre que sus amigas. Sí, le gusta sobre todo cuán mujer se siente. 
Al despedirnos, me abrazó y no suele.

Por cierto, en esa carta, a mi entender, en ningún momento se alude a desilusión alguna, a lo sumo se menciona la sorpresa de ser padre por segunda vez.





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